Hace 57 años, el 2 de octubre de 1968, ocurrió en la Ciudad de México uno de los eventos más oscuros en la historia del país: la masacre de Tlatelolco. Este trágico suceso tuvo lugar en la Plaza de las Tres Culturas, ubicada en el barrio de Tlatelolco. Apenas diez días antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos, de los cuales México fue sede. La masacre fue perpetrada por el gobierno mexicano. Siendo un intento de censurar el movimiento social estudiantil que se encontraba en pleno auge ese año, en respuesta a la represión policial.

El presidente de México en ese entonces, Gustavo Díaz Ordaz, calificó el movimiento estudiantil como un complot comunista. Aquel trágico día, se hizo presente el grupo paramilitar conocido como Batallón Olimpia, cuyos miembros —encubiertos como civiles— portaban un guante o pañuelo blanco en la mano izquierda para identificarse. Inicialmente, Díaz Ordaz negó la presencia del batallón en el lugar de los hechos, pero más tarde se contradijo, justificando su participación como una medida preventiva ante un posible conflicto y como forma de protección para las instalaciones olímpicas.

En aquel contexto, el 2 de agosto de 1968 se había conformado el Consejo Nacional de Huelga (CNH), integrado por miembros de distintos niveles educativos. Desde el bachillerato hasta la educación superior. Tanto estudiantes como maestros y grupos populares se unieron en huelga. Dentro del CNH figuraban instituciones como la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el Instituto Politécnico Nacional (IPN) y la Universidad La Salle, entre otras.

El CNH fue blanco de ataques por parte del gobierno debido a sus demandas, que la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) reconoce como seis principales: la libertad de todos los presos políticos, la derogación del artículo penal que establecía el delito de “disolución social”, la desaparición del Cuerpo de Granaderos, como represalia a la brutal agresión a un grupo de estudiantes un 23 de julio del mismo año por parte de este grupo. Así como la destitución de jefes policiacos, la indemnización a los familiares de todos los muertos y heridos desde el inicio del conflicto, y el deslindamiento de responsabilidades de los funcionarios culpables de los hechos sangrientos. Sin embargo, el objetivo general del movimiento era exigir justicia, libertad política y democracia.

El 2 de octubre, poco antes de las seis de la tarde, cuando la protesta estaba por concluir, un helicóptero comenzó a sobrevolar la plaza. Segundos después, se lanzaron bengalas que desataron el caos al dar la señal para que los francotiradores —que ya se habían infiltrado en el edificio Chihuahua— comenzaran a disparar indiscriminadamente a los manifestantes. Entre los cuales se encontraban estudiantes, madres, hijos, profesores, obreros. Incluyendo a los elementos del ejército, quienes como respuesta empezaron a disparar a la multitud pensando que el ataque había sido orquestado por los estudiantes. Varios estudiantes corrieron a refugiarse dentro del edificio Chihuahua, y departamentos de los edificios cercanos.

El ejército, sin contar con una orden judicial, irrumpió en las viviendas, registrando cada una y arrestando o incluso asesinando a cualquier persona acusada de participar en el movimiento o de haber dado refugio a estudiantes.

 

 

                                           CORTESÍA DE WIKIMEDIAS

 

Hasta la fecha, se desconoce con certeza el número real de víctimas de la masacre. En su momento, las autoridades reportaron oficialmente 30 muertos, cifra que fue desmentida años después. En una entrevista con BBC News, la escritora y periodista Elena Poniatowska, quien documentó los hechos un día después de la tragedia, declaró: “Pero muchas cosas no se saben todavía. Las estimaciones sobre el número de muertos varían entre 50 y 300. Al día siguiente los periódicos y las televisiones no dijeron nada. Fue poco a poco que han salido las cosas”. Aunque para gran parte de la población mexicana es un secreto a voces que la cifra ascendía a varios cientos. 

Lo único que se sabe con certeza es que tanto el ejército como el Batallón Olimpia actuaron bajo órdenes directas del gobierno de Díaz Ordaz para disparar contra los manifestantes aquel día, dejando una herida que aún permanece abierta en la historia de México.

Como lo expresó Pablo Gómez, estudiante de Economía en 1968 y testigo de la masacre: “Me rebelaba contra la represión y la antidemocracia. México vivía un régimen represivo que negaba el ejercicio de las más elementales libertades: el derecho de manifestación, de asociación y de prensa. El movimiento de 1968 fue en favor de las libertades democráticas y por la libertad de los presos políticos.”

Sus palabras resumen el espíritu de un movimiento que, aunque brutalmente reprimido, marcó un antes y un después en la lucha por la justicia y la libertad en México.

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