Casi nunca se había quedado en campus en la noche. Siempre se subía al camión antes de que bajara el sol. Sabía que siempre se llenaba el camión cuando llegaba la noche, y las luces no iluminan lo suficiente. Ahora si se tenía que quedar, porque iba a ver una reunión en el edificio de estudios creativas. Aunque iba salir en la oscuridad, se quiso relajar al decirse que ahora iba a tener raite de vuelta a su apartamento. 

Sacó su teléfono, y revisó los mensajes que mandó su amiga. 

Todavía estamos pa vernos en la laguna? Leía el mensaje. 

Si, salgo como a las 7:15.
Pues, aquí te espero. En el banco en frente del UCen. 

Ay nos vemos. 

Pero saliendo de la reunión sucedió algo diferente. Nunca pensó cuánta neblina iba a ver. Se ajustó su chaqueta, y se puso a caminar. Si estuvo todo soleado sin casi nada de nubes, ¿Como que en este momento casi ni se pudieron ver las luces? Analisa se puso a pensar que su amiga la esperaba. Su amiga le había dicho que la laguna estaba bonita en la noche. A este punto, ya no se puedo cancelar. Ya que al ir pasando a los escalones, se paró. Acordándose de una historia que oyó desde su primer año. 

La laguna tenía animales, los patos más de todos. Y la neblina era algo que ocurría mucho en UCSB al estar  pegado al mar. Una compañera le contó, que una noche se puso a correr. Una tarde con neblina. Aunque tenía sus audífonos, empezó a oír voces. Primero unos murmullos, que pensó podrían ser parte de la música. No era hasta que ya no podía ver las luces, que se callo. Ahora si, una voz gritandole. Fuerte, demandando que la oyera. Si quiso parar de nuevo, y la neblina le tumbó. 

Inicialmente, unos le dijeron que solo era viento. Pero otra muchacha más separada, se arrimó y le dijo que algo vive en la neblina. Y que bueno que corrió en cuanto pudo. Porque la neblina era la signa. Te quiere atrapar, si te acercas a  la neblina.

Pero ya podía ver el agua de apenitas. Que belleza, lo poco de luz que se pudo reflejar en la laguna. Camino poquito, lo único que se podía oír fueron sus pasos. Que bueno que se había puesto tennis para esta arena ya media mojada. Cuando volteo para ver el UCen, estaba todo oscuro. No encontraba el banco. Gritó el nombre de su amiga. Nada.
Lo que si paso, fue la neblina moviéndose. 

“Estas ahi?”

Cargo la voz de un viento que le paso. Sacudiendo el pelo y enfriando su cara. 

Metió su mano a su bolsa, y nada se sentía. Bajo su mochila, abriendo el zipper y moviendo sus cosas para encontrarlo. 

“Me siento solita.” Le dijeron. 

Se le congeló la mano dentro de la bolsa. Abandonando encontrar su celular, se paró.

“De veras me quieres asustar?” Analisa pregunto. 

“¿A ti también te gusta la laguna?”

“Ya salte!”

“¿No me puedes ver?”

Se estaba dando de vueltas, buscando las luces del UCen, de las lámparas, pero en lo que se enfocó, fueron un par de ojos brillantes. Color de oro, en la distancia. Casi, sobre el agua. O en el muelle hecho de plástico. 

“¿Quién eres?” Ella dijo en voz baja.

“Me encanta la laguna. En estas noches, el agua te invita.”

Vibraba la voz, oyéndolo de la derecha y luego de la izquierda.

Finalmente, chocó con el banco. Y los ojos se acercaron, cabeza torcido en la oscuridad. Casi enfrente de ella. 

“Alguien nuevo para acompañarme en la neblina.”

Unos pasos atrás, estaba el celular caído de Analisa. Timbro, por un segundo reflejando el nuevo mensaje. 

Oye, entonces ya me puse junto a la biblioteca. ¿Dónde andas?

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