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Todos estamos mirando la misma Luna, en el mismo planeta, dentro del mismo universo. Esto nos convierte en partículas de polvo en una roca flotante, buscando respuestas del universo. Sin embargo, al mismo tiempo, no sabemos mucho sobre nuestras propias vidas o sobre nuestro lugar en el universo, lo que sí sabemos es que somos conscientes.
El cosmos es una fuente de curiosidad infinita. Durante muchos años, los humanos teorizaron que el Sol giraba alrededor de la Tierra. Esto se debía principalmente a que Aristóteles, un filósofo griego, creía que la Tierra tenía que estar inmóvil, y que por lo tanto los planetas, el Sol y las estrellas giraban alrededor de ella.
Esta idea geocéntrica se arraigó profundamente en la teología cristiana, hasta tal punto que se convirtió en una doctrina religiosa, a través de la síntesis de la cosmología antigua con la interpretación bíblica. Pero fue un sacerdote, Nicolás Copérnico, quien sacó a la luz la idea de que era la Tierra la que giraba alrededor del Sol.
Ahora sabemos cientos de cosas nuevas sobre el universo. Aun así, no es suficiente.
Sabemos de la Vía Láctea: nuestra galaxia, que se encuentra a 100 000 años luz de ancho. En su interior, puede haber más de 200 000 millones de estrellas y, en ellas, innumerables planetas.
Tiene unos 13.600 millones de años, casi la misma edad que el universo, que tiene entre 12.000 y 14.000 millones de años.
Y en el corazón de este hogar hay un agujero negro. Sagitario A. Un superagujero negro con una masa aproximadamente 4 millones de veces superior a la del Sol.
Es enorme, pero está oculto tras nubes de polvo y estrellas, lo que lo sitúa a 27.000 años luz de la Tierra. Nuestra galaxia orbita lentamente alrededor del agujero negro. En cierto modo poético, es la razón por la que la Vía Láctea respira.
Y en algún lugar de la Vía Láctea, la Tierra gira. Es bastante joven, con 4500 millones de años. Formada literalmente a partir del polvo de estrellas. Por ahora, es el único mundo conocido con vida, que alberga millones de especies vivas.
Y a través de todo ello, somos el universo experimentándose a sí mismo.
Esta teoría, asociada sobre todo a Alan Watts, escritor y orador británico-estadounidense, pone de manifiesto la idea de que tanto el universo como los seres humanos son conscientes el uno del otro.
Por ejemplo, compartimos similitudes naturales.
Nuestras células cerebrales y el cosmos parecen compartir los mismos filamentos. Un huracán y una galaxia tienen la misma espiral, mientras que la nebulosa Helix y el ojo comparten un parecido tal que a menudo se le conoce como el “Ojo de Dios”, ya que la nebulosa parece un ojo gigante.
Los seres humanos somos conscientes de estas similaridades, porque somos conscientes no solo de nosotros mismos, sino también del universo que nos rodea. Y esta conciencia que poseemos me hace pensar que no solo nosotros somos conscientes, sino que quizá también lo sea el universo.
Sí soy consciente de que tengo dedos, y los animales son en cierta manera conscientes de su propia autonomía, entonces también lo sería el universo, ¿no?
Sin embargo, si nunca me hubieran dicho que tengo un páncreas o que mi corazón tiene cuatro cavidades, entonces supongo que eso significa que no somos plenamente conscientes de nosotros mismos a menos que nos diseccionamos completamente. Lo que sí sabemos es que somos seres conscientes. Somos conscientes de nuestra propia existencia y de nuestro entorno, incluidos los pensamientos, los sentimientos y las percepciones.
Así de extraño que pueda parecer, ¿podría significar esto que el universo también es consciente de sí mismo? O, en otras palabras, ¿puede algo dentro del universo ser consciente de sí mismo? ¿Incluso si no posee todo el conocimiento de nuestra existencia o de su propia existencia?
Por ejemplo, si mirara hacia la Luna, pequeños fragmentos del Sol, ya que su luz se refleja, o fotones de luz, se reflejarán directamente en mis ojos. En ese momento, ya no sería solo yo, la Luna o el Sol, ahora sería una interacción ininterrumpida entre el universo mismo.
Así que, en realidad, todo lo que compone la Tierra, desde el suelo hasta las flores, o la brisa del océano y las palmeras, son, en cierto modo, límites mentales que exponemos en nuestra propia experiencia para ayudarnos a comprender, bueno, todo.
Sin embargo, estas experiencias son formas de pensar, que son una función de la conciencia. Así que, en realidad, estos límites no pueden existir plenamente sin conciencia.
Hace años, algo surgió de una pequeña y densa bola de fuego, formando innumerables materias y energías que luego comenzaron a combinarse en planetas, galaxias, estrellas, asteroides, etc.
Esta creación no se detuvo solo en el espacio. Aterrizó en la roca gigante conocida como Tierra y formó múltiples materias de la naturaleza: ríos, nubes, desastres naturales y mucho más.
Y a través de todo ello, ciertas combinaciones de materia comenzaron a reproducirse. Obtuvieron la capacidad de percibir su entorno y responder a él. Esto les dio la capacidad de experimentar, de tomar conciencia de sí mismas. De este modo, nuestro universo, al igual que nosotros, conoce lo que significa ser consciente.
Como dijo Carl Sagan, astrónomo y científico planetario estadounidense: “El cosmos está dentro de nosotros. Estamos hechos de materia estelar. Somos una forma que tiene el universo de conocerse a sí mismo”.